Comodidad, dificultades económicas, temores, inestabilidad, inseguridad. Dejar el nido se hace cada vez más difícil, y ni hablar de la vida en pareja. ¿Por qué motivos la adolescencia empezó a invadir los primeros años de la adultez, dejando resabios de inmadurez y falta de compromiso?
“¿Para qué irnos a vivir juntos si así estamos bárbaro?” es una respuesta común en parejas de veintilargos a gente mayor que no comprende las relaciones a larga distancia. Y es que las cosas cambiaron: el amor ya no tiene que ver con papeles – casi se podría decir que es al revés – y la comodidad de vivir con mamá y papá cada vez pesa más.
Dividiendo culpas en 50 y 50, padres sobreprotectores e hijos mimados son la receta más sugestiva del siglo XXI. Por supuesto que los problemas económicos – entre préstamos e hipotecas – es uno de los principales impedimentos, pero la comodidad no se queda atrás. Esto de cocinar y lavarse la ropa solos no es para todo el mundo, y cada vez más estos adolescentes tardíos eligen el fuego del hogar familiar ante la frialdad del departamento de soltero.
Esto podría perjudicar a las relaciones de pareja, porque la proyección a futuro se ve nublada por el temor de la convivencia. En ocasiones, la soledad de alguno de los padres separados contribuye a fomentar la vida en casa después de los 30. Cada uno con sus horarios, sin molestar a nadie. Sin embargo, este stop en la madurez implica una falta de compromiso que a veces no tiene vuelta atrás.
Esta dependencia – muchas veces generada por los mismos padres – lleva a una falta de responsabilidades y obligaciones propias de la edad, que pasan a un segundo plano. Otra de las consecuencias es que la convivencia con una persona extra – fuera del círculo familiar – se hace cada vez más difícil por la cotidianeidad no compartida y la falta de versatilidad para con el otro.
La privacidad ya no parece ser imprescindible y las prioridades son otras a la hora de invertir los ahorros. La inestabilidad financiera mundial no contribuye, tampoco los temores de arriesgarse a la convivencia con alguien más, pero es importante evaluar los tips a favor en base al crecimiento y la independencia que brindan el hecho de dejar el hogar – tanto para el hijo como para sus padres -.
Hay que reconocer que las facilidades no son muchas para quienes deciden emprender el hogar propio: las burocracias administrativas se adueñan de gran parte del dinero y los departamentos modernos son cada vez más chicos. Sin embargo, es un paso que no hay que ignorar pese a lo confortable que pueda resultar el hogar de la niñez.
Este cambio incluye a padres e hijos: los primeros deberían dejar de brindar un hogar tan cálido y confortable; los segundos, empezar a priorizar otros factores como el crecimiento personal y la independencia económica.
Rebeca Hillert, Psicóloga Docente de Centro Dos
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